SECCIÓN: Por las Calles de Morón (16)
Se siente moronero, a pesar de que por un error de sus padres, fue inscripto como natural de Cascorro, en Camagüey, pero no se cansa de decir en todas parte que es de Morón, de la tierra del Gallo.
Con la mayor sinceridad reconoce sus virtudes y también sus debilidades, como la vez que siento adolescente se le acercó a su respetuoso padre para confesarle que él en la escuela iba a aprender poco, porque era "de cabeza cerrada". Ahí mismo le respondió, "pues entonces a trabajar".
Tenía apenas 14 años y el padre le consiguió trabajo en la tienda Arnaldo Ramírez, que era de Bonifacio Rodríguez. "Pero no crea que de dependiente, ahí tenía que hacer de todo, como cargar sacos, guacales de cerveza y otras pesadas cargas.." refiere Pepito como cariñosamente le llaman.
Cuenta que era muy delgadito y con marcada debilidad, pero poco a poco su cuerpo se fue adaptando a aquel trabajo hasta lograr una potencia increible en sus brazos y manos, que a su edad, dice, la conserva. Y lo creo, pues por segunda vez extiende su mano y vuelve a estremecerse mi cuerpo, para demostrar las energías que mantiene.
El intercambio con José Leiva pica y se extiende. Comenta que su padre tenía dos camiones de tiro de productos agrícolas al Mercado de Cuatro Caminos en La Habana y que con la ayuda de su hermano aprendió a manejar. A partir de entonces se convirtió en uno de los camioneros, tarea nada fácil, pues los viajes era muy continuos a la capital.
Relata muchos momentos difíciles en su vida como camionero, pero no olvida que un día iba rumbo a La Habana por la carretera central y se detuvo en Matanzas para habilitar el camión de combustible.En ese momento se escucharon disparos, ráfagas de ametraladoras y decidió continuar la marcha. Era la acción revolucionaria del ataque al cuartel Goicuría en 1956, noticia que estremeció al país.
Leiva con su enorme carga de plátanos y naranjas fue testigo cercano de aquella heroica acción. Guarda celosamente documentos, fotos, certificaciones y otros valiosos recuerdos personales.
Concluía aquel interesante intercambio, no sin antes confesar que siempre ha sido en el trabajo "un buey de pie", incansable y que con sus 92 años conserva muy bien la visión, la columna vertebral y el corazón, aunque padece de una artrosis generalizada.
"Ya somos amigos -me dijo- venga por aquí cada vez que tenga una oportunidad para saludarlo". Así es José Leiva Fernández, el camionero.
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