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miércoles, 19 de octubre de 2022

La celebridad de un limpiabotas llamado Trujillo

 


#NuevaSección: Apelando a la Memoria
 
Ni siquiera alcanzábamos a conocer que su nombre era José Trujillo Iglesias, aunque basta su apellido para que haya trascendido su celebridad de generación en generación por toda la ciudad de Morón.
 
Trujillo, un simple limpiabotas, establecido en los portales de los más concurridos establecimientos gastronómicos de la ciudad por entonces, logró clasificar como uno de los mejores lustradores de calzado.
 
Allí llegaba muy temprano y antes de empezar su labor, este personaje acostumbraba a desayunar con ron, que no bebía precisamente del bar que le servía de albergue su portal, sino de una pequeña caneca de Cristal, que ingería en pequeños buches, y que mantenía en su maletín de madera, junto a las latas de betún, pomos de tinta rápida, cepillos y trapos de todos los colores, que usaba según el tipo de calzado de sus clientes que preferían su servicio.
 
Cuentan que a pesar de mantenerse en un estado de embriaguez que le complicaba su lenguaje al hablar, dejaba los zapatos y botas en tal grado de limpieza que le decía finalmente al cliente que se mirara la cara en el cuero del calzado que acababa de lustrar.
 
Pero no fue esa toda su virtud. Trujillo recorría muchas calles de la ciudad, y aunque utilizaba repetidas frases, con cierta dosis de humor e ironía, llegó a convertirse en un personaje muy popular.
 
En cierta ocasión caminaba por la calle Libertad hasta el cementerio de la ciudad, Situado frente al camposanto, exclamó: " Si los que estamos afuera no queremos entrar, y los que están dentro no pueden salir, por qué a los cementerios le hacen la tapia tan alta?".
 
Y así con ocurrencias similares llegaba a muchos espacios, como lo hizo frente a la iglesia: " si esta es la casa del Señor, por qué en la cúpula le ponen pararrayo?".
 
Eran expresiones que la gente disfrutaba por lo que llegó a convertirse en un personaje inolvidable.
 
Cuentan que en cierta ocasión el trovador Belarmino Quiñones, hizo con su guitarra una ranchera dedicada a Trujillo. La ensayó varias veces y en compañía de unas amistades fueron hasta el Bar donde muy temprano se encontraba para dedicarle aquella interpretación mexicana. Muy temprano ya se encontraba con unos buches de ron. Llegó el trovador hasta donde se encontraba y le entonó la ranchera que con tanta pasión había compuesto y montada con su instrumento. Al concluir, Trujillo no dijo ni una palabra. Le volvieron a cantar la canción, y nada, ni una sola palabra.
 
No te gustó?, le insistieron. Sólo de su boca salió esta expresión expresión:
"Pero a mí que carajo me importa eso?"
 
Cuentan que este personaje para cada cosa tenía su rima, como:
"Agapito toca el pito,
y su padre el contrabajo,
Vaya el mundo pa'l carajo,
que a mi se me da tres pitos"
 
Esa, de cierto modo, es la lección que nos dejó Trujillo. "Ni la celebridad, ni el renombre se conquistan por la fuerza, ni forzando carácter, ni imponiendo falsas sabidurías".
 
Su nombre trasciende años y años, para continuar siendo un personaje histórico de la ciudad.

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